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¿Quién mató al taxista?




                                                   UNO  




     En éste pueblo hay más de un taxista; pero es difícil ir a la parada, a no ser que vayas antes de las once de la mañana; pero nunca antes de las nueve. Entonces puedes encontrarte la fila completa,  y a tres o cuatro taxistas por lo general bien avenidos. Es la hora de la tertulia.
   ¡Que rabia da necesitar un taxi una noche desapacible de invierno, lo mismo que las tardes lluviosas o con ventisca, y pasarte más de media hora en la parada esperando ahí y que luego te digan que estaban de servicio! ¡Es un coraje el que te sube por el pecho! ¡Que rabia da salir del hospital, necesitar un taxi, llamar y llamar a la parada, y que no te responda ni María santísima!

   Claro que esto es un pueblo. En verano no paran, y en invierno entre la siesta y la partida de mus tienen la jornada ganada.


   Pero había un taxista en el pueblo, al que no le gustaban los bares, ese no se gastaba ni lo de un café. Tenía fama de antipático, tacaño, e insociable. Ningún otro compañero le quería; Pero trabajaba más que ninguno.


   Doña Marcia, la vieja practicante del pueblo, la cual nunca llegó a aprender a conducir, le echaba de menos. La mujer no hacía mucho que se había jubilado, y no tenía móvil  a pesar de que se lo estuvieran recomendando una y otra vez..._  Hazte de uno, mujer. Hoy en día es necesario; más para una mujer que vive sola.

   _ No me da la gana._ Decía Doña Marcia, y añadía: Lo que hace falta es que no quiten más cabinas telefónicas.
   _ Pero mujer, es por su bien.
   _ ¡Qué sabréis vosotras! Ya tuve uno. Fui de las primeras. Luego te están llamando por cualquier tontería, hasta en el baño tienes que descolgar esa mierda de chisme.
   _ Es que no hay que darle el número de teléfono a todo el mundo.
   _Y luego, para un día que lo necesitas...

   Aquel día, el día de su desespero a la salida del hospital después de una revisión de su glaucoma Doña Marcia había hecho más de diez llamadas a su taxista, el trabajador, el solícito con los clientes, "el raro" como dirían sus colegas; y nadie le respondió, naturalmente; Como que el taxista estaba muerto, asesinado en su coche de un disparo a bocajarro. Más tarde la policía local le había hecho a Doña Marcia montón de preguntas. Así que Doña Marcia ya no quería saber nada más, ni de móviles, ni de policía.


   Este crimen quedó como tantos sin resolverse. Todo ello era motivo de furor para la vieja practicante; que en aquel momento después de años y años de servicio en un pueblo medio perdido y muerto de hambre, la cogía mayor y cansada, irascible y nada inclinada a tener que soportar ventiscas y caladuras. ¿Qué escuela de conducir le daría el carné a una anciana con glaucoma irreversible? Y ¿Qué pasaba con los otros taxistas? Abonada, desde tiempos que se remontaban a su primera juventud, al servicio de taxis municipal, ningún imberbe taxista de los de la nueva generación parecía darse por aludido a la hora de hacer ese servicio.Cada vez que sonaba el número de la parada, esa solía ser Doña Marcia llamando desde la cabina más próxima a su casa, la única de la pedanía donde estaba su vivienda. Doña Marcia tampoco tenía teléfono fijo. Nunca lo había tenido para evitar que la llamasen fuera del servicio en el ambulatorio.


   _ Pero una vez jubilada ¿qué te cuesta, mujer? Aún podrías incluso seguir trabajando por tu cuenta....

   _ ¡Con glaucoma! ¡Anda! ¡No digáis sandeces, y pensad antes de hablar!

    Se decía de ella, de Doña Marcia, que debía estar forrada en dinero, habiendo trabajado desde tan joven, sin parientes conocidos, y sin ser muy amiga de gastar....Se le calculaba que tendría sus buenos cuartos metidos en algún fondo , o quizá debajo de un ladrillo. Un día la compañía de teléfonos eliminó la última cabina telefónica del barrio.

Cuando Doña Marcia fue a quejarse al alcalde pedáneo, este le contesto que se pusiera teléfono fijo, como todo el mundo.

   _ ¿Y tener otra domiciliación más? No gracias.


   _ ¡Pero venga Doña! Pues con su pan se lo coma ¿Qué quiere que le diga? No se puede ir en contra del desarrollo, y además ¿qué quiere que yo le haga?


   _ Es como lo del taxista.


   _ ¿ Qué pasa con el taxista?


   _ Pues que a mi me siguen pasando el recibo del abono anual, y desde que ese pobre hombre fue asesinado,..


   _ ¿Juan Antonio?


   _ Y esa es otra, porque todavía no han pillado a quien lo hizo, ni se sabe nada...


   _ Es que no fue aquí donde le mataron, fue fuera, después de un servicio que le llevó a kilómetros de aquí. Tuvo que cobrarlo bien. Le mataron en la capital, para robarle. Bastaba con fijarse en que la matrícula del taxi era de fuera para que cualquier bala-perdida fuese a por él pensando que llevaba buenos cuartos...


   _ Y eso  ¿qué tiene que ver para que no se investigue? El mismo que le encargó el servicio pudo haberle matado, cualquiera que viva aquí, señor mío.


   _ ¿Todo esto a qué viene ahora?_ Interrumpió el político.


   _ Pues que a mí bien que me dieron la murga los de la policía local, solo porque vieron siete llamadas mías en su móvil. ¿Porqué no fueron en vez de eso,..? En vez de coser a preguntas a una pobre vieja como yo, ¿porqué no fueron detrás del verdadero asesino?


  _ Pero ¿a qué viene ahora sacar este tema? No la entiendo.


  _ Pues nada, que a lo que parece esta localidad es un muy buen lugar para saltarse las leyes a la torera, e incluso matar, y marcharte de tapadillo, como nunca pasa nada....


   _ ¿Qué es lo que quiere al final decir? Y dígame por favor cuál es realmente su queja, porque no tengo toda la mañana.


   Doña Marcia se quedó parada en seco, y con su ojo un poco bueno, se fijó a conciencia en aquel rostro abultado de los que gustan de las buenas comilonas y del buen vino. Luego bajó su mirada hasta corroborar  lo que se temía, que aquel  vientre con tendencia a salirse por encima del cinturón, y sin embargo el de un hombre todavía joven, auguraba fuertes y súbitas subidas de tensión.


   _ Se supone que el taxista que vive más cercano a mi domicilio es quien debería asistirme primero, porque como bien sabe usted...


   _ Y ¿Por qué no ha empezado por ahí en vez de salirme con lo de la cabina?


   _ Pues porque lo de la cabina me parece un crimen más, porque de tener o no tener una cabina telefónica a mano depende el que se salve o se pierda una vida humana.


   _¡Por ejemplo la suya!_ Interrumpió el alcalde pedáneo.


   _ Pues sí, la mía, o ¿acaso vale mi vida menos que la suya?


   _ Cómprese  un teléfono móvil como toodo el mundoooo.  Y si no quiere gastarse el dinero. Ande, tome, yo le regalo este que casi no uso.


   _ No quiero regalos.


   _ No es un regalo, me hace usted un favor.


   Doña Marcia miró al concejal, a parte de alcalde pedáneo, y diputado , con cara de real asombro.


   _ ¿Yo? ¿Un favor?


   _ Por lo que se ve, ni aunque le regalen un móvil para que pueda usted llamar a un ¡puto taxi! es usted amiga de hacer favores.


   _ Es que simplemente no le entiendo_ respondió la mujer._ ¿Por qué va ser que le haga yo un favor si me quedo con este aparatito ridículo?


   _ ¿Hay que explicárselo todo?


   _ Naturalmente.


   _ Mire: Hace tiempo le dí este número de teléfono a una persona todavía más pesada que usted...


  _ ¡Esta sí que es buena!_ Exclamó Doña Marcia realmente ofendida.


      Doña Marcia tomó con cara de refunfuño el teléfono más por acabar aquella estúpida conversación que por enterarse de quién podía ser aquella otra persona. No era una mujer cotilla, era una mujer práctica, derivada característica de su antiguo oficio de practicante.


   _ Espero que me sirva de algo tener este chisme. Total, no me queda otro remedio.


   _ Que sí mujer. Todo es acostumbrarse y verá luego qué contenta.


   Salía Doña Marcia por el porche de la casa del diputado cuando el telefonito empezó  a sonar. Apretó Doña Marcia el botón verde. Aún con su glaucoma esta señora veía de cerca perfectamente, como si por un catalejo mirara...


   _ Hola, dígame.


   Nadie contestó.


   
                                                    DOS


   _ ¿Puede decirme quién llama?_ Preguntó Doña Marcia.
   Entonces colgaron.

   Refunfuñando decidió la vieja practicante seguir su camino.
   No había llegado a la parada del autobús cuando volvieron a llamar. Esta vez Doña Marcia tardó en responder porque quiso primero llegar a la parada y sentarse. Entonces le dio al botón verde y se puso el móvil pegado a su oído izquierdo porque de ése oía mejor.
   _ ¿Hola?_ Saludó en tono de sarcástica pregunta.
    Debía de ser la misma persona que ésa vez al menos decidió no hacer mutis.
   _ Perdone._ Respondió una voz de mujer joven._ Creo que me he equivocado.
   
   Y colgaron otra vez.

   _ ¿Qué le pasa Doña?_ Le preguntó el conductor del autobús que justo acababa de llegar y que venía de  vacío.

  _ ¡Menudo invento de la patata podrida!
  
  _ Pero ¿Qué le pasa?

  _ Apuesto que si llamo yo, nadie me contesta. Pero luego te llaman a ti todo el rato, y sólo para hacerle perder el tiempo a una. ¡Sí ya decía yo que no quería este chisme!

   Subió Doña Marcia y se sentó detrás del conductor.
  _  ¿A dónde va?
  _ Al cuartelillo de la Policía Local y luego a la tienda de Elvira a hacer mi pedido mensual.

  _ Es usted de lo que ya no hay. Pero ¿Porqué no se va al Merchor?
  _ No gracias, no me gustan las grandes superficies. ¿Quién gana dinero con eso? ¿El diputado tan generoso que habéis votado en las últimas elecciones y que tenemos también de alcalde aquí, en éste barrio deprimido?
   _ Yo a ese ni le voto, ni le he votado nunca._ Respondió el joven._ Y luego, como era de naturaleza charlatana, añadió enjundia buscando de qué hablar._ Pues sí, eso dicen, que se ha hecho socio de los grandes.
   Hubo un punto y a parte.
   _ Tiene que darme dos euros con diez, Doña.

   _ Espera que ahora te pago._ Doña Marcia rebuscó en la cartera al tiempo que se quejaba de la tarifa.
   _ Compre un abono, si paga por adelantado le sale mucho más barato.
   _ ¿Para qué? ¿Para que me pase lo mismo que con los taxis? 
   En ese momento el teléfono volvió a sonar.
   _ ¡Vaya melodía de llamada hortera!_ comentó el conductor.
   _ ¿Ve? Lo que le decía.

   _ Hola. ¿Puede decirme quién llama? Por favor._ Preguntó.
   _ ¡Vaya! Temo haberme equivocado de nuevo.... Pero; perdone, ¿usted quién es?_ Respondió la misteriosa mujer del otro lado de la línea.
   _ No se lo voy a decir si no me responde usted primero quién es usted. Creo que lo propio es que sea usted quien se presente y...

   Volvieron a colgar.

   _ ¡Pues no habrá poca gente imbécil!
   _ ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?_ preguntó el conductor.
   _ ¡Ella otra vez!
   _ Y ¿Quién es ella?
   
   El tono hortera, una chirriante puerta con un fondo sibilante de misterio, volvió a hacerse más que notar.
  _ ¡Tome, tenga!_ Exclamó Doña Marcia, sacándose el teléfono que no paraba de sonar del bolso del abrigo, y con la misma alargandolo al conductor ._ Responda usted. Hágame el  favor. Ya me tiene harta.
   _ Ponga el manos libres, el manos libres._ Respondió el hombre , el cual necesitaba en ese momento los dos brazos porque tenía que dar la curva de una glorieta ridícula.
   _ ¿Qué es eso de manos libres?_ Preguntó Doña Marcia.
   _ Traiga pa acá._ El teléfono seguía sonando con su estúpida melodía, los frenos de pie del autobús se quejaron al unísono; no se sabe cómo se arregló el joven conductor para poner el manos libres en mucho menos de una décima de segundo, y en un intervalo semejante devolverle el demonio del telefonillo a su reciente dueña.

   _ Perdone que insista. Es que me sorprende. Ya es la cuarta o la quinta vez que marco, creo yo el número correcto..._ hablaba una voz de mujer muy en su punto, muy pausada y dulce, algo así como si hubiese estudiado declamación, o tuviera algo que ver con la política.
   _... Y no sé que decir. Habrá de disculparme. ¿No es éste el teléfono: 688 08 18 88? 
   _ ¿Esa voz? ¡Esa voz!_ Masculló el conductor, medio obnubilado.
   _ Y contigo un bizcocho _ rezongó la vieja practicante. Pero calló antes de tomar aire y contestar.
   _ Pues mire señorita, no tengo ni idea.
   _ 688 08 18 88_ Repitió la interlocutora._ Es que es un número tan fácil. ¿Habré cambiado el cero por el uno?_ Se preguntaba la joven, modelo de voz.
   _ ¡La conozco! ¡Esa voz la conozco! ¡¿Florita eres tú?!_ Vociferó el joven conductor.

    Y colgaron de nuevo.

  _ ¿ Se puede saber quién es esa Florita? Ahora entiendo lo que me ha dicho el alcaldito hace un momento; Que era al parecer una persona muy pesada quien le estaba dando la lata, y que le hacía un favor si me quedaba con el móvil del demonio.
   _ Sólo a usted se le ocurre aceptarlo. Un móvil aparte de necesario es muy barato hoy en día. Ahora le darán la lata todos los contactos del antiguo poseedor de ese número. 
   Traiga un momento._ Añadió el conductor. El paisaje era límpido, la carretera estaba despejada, y venía una recta muy larga de suave subida.
   Cuando tuvo el móvil en su mano, no sólo tuvo deseos de localizar a su Florita, y de cotillear, y verdadera curiosidad por rastrear parte del territorio íntimo del diputado imbécil, como por cierto le llamaban en algunos círculos, si no que fijándose en lo que al parecer era un smart-phone de sumas aplicaciones, 64 giga-bytes como poco, un último modelo de los que nunca había tenido en la mano ni hubiese pensado tener en su vida; en ese momento su viejo concepto de posesión de un objeto inteligente, de que esos aparatos eran sólo para imbéciles, cambió del todo y entrevió las posibilidades de hacerse con aquel fácilmente._ Le hizo una oferta a Doña Marcia.

   _ Le doy 100 euros, y se compra usted uno con números de tecla, grandes, y menos complicado.
   _ Yo lo que quiero es tener un móvil para llamar al taxista.
   _ ¿Qué taxista?
   _ Antes siempre me atendía Juan Antonio, que en paz descanse... 
   _ Feo asunto el de ese taxista que mataron...¿Se refiere usted al mismo?
   _ Sí.
   _ Pues llame al hijo. Ahora es su hijo el que lleva el taxi.
   _ No tengo su número.
    El conductor andaba deslizando su largo dedo pulgar por la asible planicie plateada y purpurina de aquella especie de pequeño objeto mágico de reberencia, reberberante, luminoso y encendido dependiendo de sus innumerables pantallas, cuando dijo: Aquí tiene usted el número de Juan Antonio taxista. Supongo que es el hijo. 

   _ Yo me sabía el de su padre de memoria.
   _ ¿Termina por 660?
   _ No señor. Terminaba por 123. 
   _ Entonces va a ser el hijo.

   Ya estaban justo en la loma. El cielo se hizo mucho más grande. Abajo se extendía el pueblo. En menos de diez minutos llegaban a la estación. Allí cerca de la estación estaba el cuartelillo de la policía. Era el centro de la pequeña ciudad en que se había convertido la cabeza de partido de la comarca.

   _ Vamos a hacer una cosa Doña Marcia. Usted vaya a solucionar lo que tenga que solucionar. Y en una hora  que yo acabo el servicio, la paso a recoger donde Elvira con mi coche. ¿No me ha dicho que también tenía que hacer el pedido del mes? Yo la subo hasta su casa con las compras. ¿Le parece bien una hora?
  _ Y ¿Por qué habría usted, joven, de hacerme ese favor? 
  _ Tenemos que cerrar una transacción Doña. A usted de poco le sirve ese chisme, más bien de dolor de cabeza....Por cierto; Florita parece que no ha vuelto a llamar._ con esa coletilla dejó aflorar una sonrisa a sus labios el conductor largo y enjuto. 
      A Doña Marcia no le pareció mal el cambio.
   _ Mire, el aparato tiene una tarjeta con un número, que a lo que se ve nuestro diputado ha olvidado retirar. Yo le pongo a usted una tarjeta nueva y la cosa cambia. Usted lo que tiene que tener es su propio número, como es lógico. Yo voy a enseñarle cómo funcionan estos teléfonos de hoy en día, y verá como luego la vida le es más facilona.

   El joven conductor se reía sólo mientras hablaba. Llegaron a  la estación.
   _ Ya me ocupo yo de pillar en la tienda de móviles un modelo que se adapte a sus necesidades. Luego nos vemos Doña Marcia.

   _ Muy bien caballerete._ Doña Marcia descendió del autobús torpemente. Sin embargo se volvió a dirigir al joven conductor una amable sonrisa que pocos conocían. Luego añadió:
   _ Creo que en una hora me dará tiempo de todo.
   


                                             TRES


   _ Por ahí viene Doña Marcia._ Dijo el cabo Antunez.
   _ A quejarse de algo. Prepárate Pero._ Respondió el más joven de los guardias que estaba en aquel momento delante del monitor de vigilancia urbana.

   _ Buenos días.
   _ Buenos días Doña Marcia._ Contestaron los tres.
   _ ¿Qué le trae por aquí?_ Preguntó Pero.
   _ Pues un asunto de suma importancia._ La señora miró para la zona de despachos, y atisbó por los cristales, como buscando a alguien.
   _ ¿A quién está buscando Doña?
   _ ¿Dónde está el jefe de policía?
   _ Aquí jefes somos todos menos este_ respondió Pero señalando al joven oficial.
   _ Es un tema delicado._ Respondió ella.
   _ No creo que sea un tema en el que no podamos atenderla.
   _ ¿Puedes tomarme a parte?_ Dijo por fin Doña Marcia.
   _ Claro que sí. Pase usted a este despacho, y así puede tomar asiento._ Contestó Pero.
   
    Entraron. Pero se sentó en su lugar a la mesa del despacho. A Marcia le pareció un hombretón allí sentado, casi más hombretón de lo que le había parecido de pie en la entrada del cuartelillo.
   _ Dígame._ Imponía y daba confianza. "Lo cierto es que para esas alturas Pero habrá llegado por lo menos a subinspector." Pensó Doña Marcia.

   Le llamaban Pero porque de pequeño abreviaba su propio nombre de esa manera, y así se quedó. Por Pero era conocido en todo el contorno.

   _ He estado con el alcalde_ comentó Doña Marcia.
   _ ¿Qué alcalde?
   _ Nuestro diputado. El alcalde del barrio de La Enmarañada.
   _ ¿Y?
   _ Pues que el Alcaldito sabe algo...
   _ ¿De qué?
   _ Del crimen.
   _ ¿Se refiere al asesinato de Juan Antonio el taxista?
   _ Pues claro. Y él, estoy segura, de que oculta algo.
   _ ¿Qué le hace sospechar de eso?
   _ Tú sabes la confianza que yo tenía con el pobre Juan Antonio. Casi se trataba exclusivamente conmigo. Lo sabes.
   _ Lo sé. De eso que la llamáramos a declarar en su momento, por si sabía algo.
   _ Pues esta mañana, hablando con el Alcaldito, él mismo me hizo recordar lo del último viaje que tuvo que hacer el pobre Juan Antonio a la capital; Pero omitió un detalle, un detalle capital ¡eso es!
   _ ¿Cuál?_ Preguntó secamente el subinspector Pero.
   _ Fue su último servicio, bien lo sabe...
   _ Bien lo sé; Pero dígame y deje el suspense para las películas.
   _ ¿Quién cree que le mandó hacer ese servicio?
   _ Usted me lo dirá.
   _ Pues fue justamente nuestro diputado al que tenía que llevar hasta Madrid.

   El subinspector Pero resopló por en cima de su bigote haciendo que un mechón de su lacio y largo flequillo se levantara hasta tocar parte de la calva que tenía detrás. Al tiempo afirmó su mano izquierda sobre la mesa, y tomando nuevo aire se enderezó en el asiento.
   _ Nuestro diputado Buruága Sáenz-Santa María, conocido como Su Señoría Buruága_ resaltó Pedro el subinspector_ tiene su propio coche, un Lamborghini; Casi nada_ añadió.
   _ Yo de marcas no entiendo._ Dijo Doña Marcia malhumorada ._Pero si se refiere usted a uno que parece una garrapata gigante de purpurina estoy harta de verlo aparcado enfrente de la casa.
  _ Una garrapata..._ Pedro el inspector, llamado Pero, estaba pensando en semejante descripción.
   _ Forma aplastada, que parece aplastarse contra la carretera, y bastante silencioso.
   _ Ya; pero no veo por dónde se parece a una garrapata._ Sonrió Pero. Y luego le hizo a Doña Marcia la siguiente pregunta:
   _ ¿No le tendrá usted manía a nuestro alcaldito?
   _ La misma que cualquiera. Porque, mira que es difícil encontrar mayor tonto. Le diré algo confidencial.
   
    La vieja practicante se sacó las gafas que le hacían ojos de cochinillo, y se inclinó hacia adelante sobre la mesa. Pero observó entonces los grandes ojos, vivos e inteligentes de Doña Marcia.
   _ ¿Sabe una cosa? Yo le sigo la cuenta en Twitter. Y escribe con faltas de ortografía. Es capaz de escribir una frase de dos palabras_ susurró Doña Marcia_ como "Os quiero" y escribir la segunda con ka de Kilo. ¿No me diga que no es imbécil?
   _ Pues sí. Pocos se explican cómo hizo ese su carrera de químico, la verdad.
   _ La fábrica de galletas de su madre Susana...
   _ Sáenz  Santa María.
   _ Y ya se sabe que esa señora tenía mucho predicamento entre los del antiguo régimen._ Dijo la doña al tiempo que sobaba las lentes de sus anteojos con la suave balletita que se sacó de un bolso. 
   _ Pues sí_ asintió Pero._ Pero de eso a sospechar que por escribir la palabra quiero con ka esté envuelto en un asesinato va un abismo. Permítame decirle Doña, que yo aquí percibo algo de antipatía por su parte.
   _ ¡El coche permaneció aparcado todo el fin de semana y más!_ Exclamó Doña Marcia._ Desde el miércoles por la noche hasta el lunes, día 30 de marzo. ¿Olvida usted que vivo poco más arriba?_ Añadió.
   _ A por lo que se ve parece que usted tiene pruebas de lo que dice.
    Doña Marcia rezongó humeretada al tiempo que se ponía las gafas, y comprobaba que las lentes parecían seguir empañadas; lo que la puso aún de peor humor. Entonces volvió a retirarse sus quevedos de fina montura de oro,(tendría más de cuarenta años aquella montura) y se dispuso a argumentar sus sospechas.
   _ El jueves 27 de marzo de este año de 2015 se aprobó "La Ley mordaza" con el único apoyo del actual gobierno. ¡Pero a mí no me va a amordazar nadie!

   Pero suspiró llevándose la mano a la frente._ A este despacho no se vienen a dar mitines Doña o ¿se cree que yo estoy a favor de esa ley?
   _ Quería decir pues... Pues que fue jústamente el viernes por la mañana cuando hallaron el cadáver del pobre Juan Antonio en su taxi, aparcado en una calle adyacente al Paseo del  Prado.
_ Efectivamente. Pero usted relaciona dos hechos posiblemente aislados ¡a su libre albedrío! Doña Marcia. Y aunque usted tuviera razón y el último servicio de el desgraciado hubiese sido cumplir con ese encargo al que usted parece aludir, habría que demostrar que Buruaga fue efectivamente en ese taxi a Madrid. Pudo llevarle cualquier compañero de partido, usted no lo sabe. Pudo salir la víspera de Santander,  perfectamente, con algún que otro compañero de partido. Además en esa casa tienen, si mal no lo recuerdo, al menos tres coches.

   Doña Marcia se achantó. Iba a sacar la Vanguardia, periódico al que también estaba abonada, y que ella leía porque era catalana de nacimiento, del 27 de marzo...¿Cómo olvidar esa fecha? Ese día habría hecho años un antiguo novio que murió en la cárcel después de la guerra, su único amor. Iba a sacar el ejemplar del bolso con la noticia a la que se refería en portada; pero lo introdujo de nuevo.

   _ ¿Qué me trae ahí?_ Preguntó Pero.
   _ Nada de importancia.
   _ Usted ha tenido una entrevista con "nuestro" alcalde _ Pero entonó a la subida el pronombre posesivo _  que yo también vivo en ese barrio Doña Marcia...
   _ Bien lo sé._ Rezongó esta.
   _ Me dice primero que de pronto en esa entrevista casual viene usted a sospechar de que el aludido oculta algo sobre este asunto._ El suboficial Pero hacía un repaso en tono de pregunta.
   _ Pues sí, eso he dicho.
   _ Pero a lo que se ve venía usted preparada.
   _ ¿Qué dice usted?
   _ ¿ Trae usted alguna prueba?
   _ Sí claro, papel mojado , a lo visto está.

   El suboficial dejó escapar otro suspiro, y con la misma se levantó de la mesa.
   _ Mire Doña Marcia. A lo que parece usted no tiene demasiada confianza en este cuerpo, y quizá se esté dejando llevar un poco demasiado de la fantasía._ Yo le aseguro_ dijo con voz importante, alzando levemente su doble barbilla y tocándose  el hoyuelo del mentón, o lo que era la barbilla en sí y que la hacía tan graciosa._ Le aseguro que este cuerpo está cada día que pasa prosperando en las pesquisas pertinentes _ Pero repasó con sus ojos ladinos las cuatro esquinas del alto techo _  en lo que respecta a éste caso, un lamentable homicidio, por otra parte._  Y con todos mis respetos a su persona, le aseguro que no es necesaria su participación a no ser que se le llame a declarar, cosa que por cierto hicimos en su momento, y que a usted, si mal no recuerdo, le sentó horriblemente mal. Por lo demás ya hemos tenido demasiado aficionado a la novela negra por aquí, y demasiado periodistilla pestilente haciendo preguntas por ahí. Así que le pediría que de esto que me ha dicho, ni mu. Tenemos la suerte de que el caso parece, digo: PARECE _ recalcó Pero_ olvidado; Sin embargo por parte de este cuerpo le aseguro que no lo está. Y no crea, se le agradece su colaboración. 
   Con la misma dejó el suboficial caer la mirada sobre la pobre señora Marcia, la cual se había sumido en sus propios pensamientos._ ¿Tiene usted algo más que declarar?

 Cuando levantó ella sus llorosos ojos de cochinillo, detrás de aquellas gruesas lentes de miope, respondió.
   _ Pues si señor.
    A Pero no le parecieron aquellos unos meros ojos seniles, húmidos y acuosos ¿Estaba llorando de verdad Doña Marcia, la vieja practicante, que en su primera niñez había acudido puntualmente a su casa a suministrarle aquellas inyecciones cuando las paperas? ¿Cómo olvidarse de ella?

   _ Reconozco que he ido de mi mano mayor a hacer mis propias indagaciones donde ese señor. Tenía una disculpa perfecta. ¿Sabe que nos han retirado el último teléfono público que había en el barrio?
   _ Sí lo sé.  
   _ Lo cierto es que recordé lo que el mismo Juan Antonio me dijo. Que ese viernes no podría seguramente acercarme al cementerio de Valdelóbrego; pero que en cualquier caso, haría lo posible por estar de vuelta de Madrid aunque fuera al mediodía, que tenía que estar en el congreso con nuestro alcalde antes de que diera comienzo la votación.  Si llego a ser yo... Me pierdo por el camino antes de llegar. Pero Juan Antonio era muy, como andaluz que era, muy, muy...servicial, demasiado, con perdón. Y también añadió que en cualquier caso ya me llamaba él. 
   _ Esa conversación fue por teléfono. 
   _ Si señor. Con mi antiguo móvil, el que mandé al carajo.
   _ Y ¿Recuerda el número? O ¿tiene por ahí el recibo de compra?
  _ Pues... Pues no lo sé, la verdad._ Dudó ella de pronto.
  _  Pues mire. Eso, si localizamos esa llamada, eso sí que podría ser una prueba._ Dijo él.
  _ ¡Pero creo que eso no es un problema!_ Exclamó ella casi feliz._ ¡Aquí tienen ese número de todos modos! ¡ Es el mismo que Juan Antonio tendrá memorizado en el suyo! De eso que vosotros me llamarais a mí....
  _ Pues sí. Sí. Tiene razón. Entonces esperemos que no haya problema.
  Doña Marcia volvió a retirarse las gafas y se enjugó los ojos. Luego añadió._  Él dijo que me llamaría. De eso, además, que yo le llamará de forma persistente pasadas las doce. Me dijo que haría lo posible por llevarme. Pero este año no pudo ser. Y las flores se marchitaron en un jarrón en mi cocina.
   _ ¿A qué tenía usted que ir a un cementerio que está a más de dos horas de aquí Doña Marcia?
   _ A hacer mi pequeño homenaje y llevarle esas flores a un ser querido que tengo allí enterrado. No lo he dejado de hacer cada 27 de marzo durante más de seis décadas. Porque ese era el día en que él hacía los años. 
   _ ¿Quién? ¿ Juan Antonio?_ Preguntó Pero sorprendido, y ya un poco cansado. Doña Marcia le miró severa al tiempo que se colocaba de nuevo las gafas.
   _ El hombre con el que yo me habría casado._ Respondió. ella secamente _Sépalo usted. Murió con 29 años tan solo, en la enfermería de la cárcel de Valdelóbrego. Ahí le conocí, en la enfermería. No hubo forma de que le trasladaran a un sanatorio._ Doña Marcia cogía viada para relatar parte de sus tristes memorias. Pero se sintió perdido._ Y su cumpleaños era el 27 de marzo_ resaltó la mujer.
     _ Perdóneme.
  
   El subinspector se rascó la cabeza y deseando dar por terminada aquella entrevista puso la mano en el hombro de Doña Marcia, indicando con ese gesto que podía ya levantarse. Con la misma, quedándose pensativo balbució _ 27 de marzo, día posterior a que se aprobara la ley famosa, el día en que a Juan Antonio le metieron un tiro a bocajarro esa misma madrugada. 




                                                  TRES


   El colmado de Elvira no estaba muy lejos del Centr0 Comercial MELCHOR . En realidad ese nuevo y flamante centro comercial se había construido en terrenos propiedad de la vieja Elvira. El ayuntamiento había intentado incluso la vía de la expropiación; pero un sobrino de Elvira era magistrado de la corte provincial. Y alcaldes y demás caciques se vieron por fin obligados a negociar con una "humilde" viuda.  Aquel terreno valía un potosí y Elvira lo sabía. Los terrenos del Melchor y su extensa y exclusiva zona de aparcamiento estaban justo a la entrada de la principal carretera de la ciudad, una flamante y nueva carretera que se había convertido en pocos años en la preferida vía de acceso a la zona residencial más rica y próspera de una ciudad que crecía de día en día. No en vano quien primero concibió y más tarde realizó el trazado de dicha carretera también era sobrino, de Elvira; ingeniero de caminos muy bien relacionado con quien tuvo potestad legal para expropiar terrenos colindantes a los otros vecinos, muchos de ellos también parientes ; pero no a Elvira, viuda y sin hijos, mientras familias numerosas habían sido íntegramente desalojadas y enviadas a poblar una zona del suburbio de habitabilidad preferente en pisos de protección social, y empeñados todos hasta las cejas, porque curiosamente a nadie, a nadie le dió la indemnización del gobierno para amortizar su nueva vivienda nada más entrar en ella.

      Cada vez que una ciudad se expande muchos pierden, y unos pocos salen ganando. Elvira era de los últimos. Pero como nueva rica que era y sumida en una especie de autosatisfacción no dejó de querer seguir pasando por lo que había sido desde que se casara de jovencita con un pariente lejano que le doblara la edad, una humilde tendera. 

   Elvira tenía de todo. En realidad se surtía de muchas cosas en el mismo centro comercial de cuyos dueños recibía por otra parte una suntuosa renta. Se dice que le ingresaban un millón de las antiguas pesetas mensualmente. Y el terreno seguía siendo de ella, o lo sería mañana de sus herederos.

   Los vecinos iban a la tienda de Elvira para lo olvidado. Pero Doña Marcia era clienta fija. Estuviera o no estuviera abierto el centro comercial a ella ni se le ocurría entrar en lugar tan horrendo. Además existía una buena relación entre las dos señoras, una afinidad generacional que no estaba para desperdiciarla cuando los demás coetáneos o bien se habían muerto ya, o estaban fuera de circulación.

   _ ¿Qué se le ofrece Doña Marcia?_ Preguntó Elvira desde detrás de su mostrador, menuda, rubia, y jovial, de fresca sonrisa, ni una arruga que delatase  su edad, y talante servicial; como siempre había sido.
  _ Vengo a encargar el pedido del mes._ Luego se quedó pensativa mientras echaba un vistazo por los coquetas y atractivas mesas llenas de frutas y golosinas , y también ciertas ofertas que estratégicamente Elvira colocaba por alrededor a modo de expositores.  
   _ ¿Le pongo algo más a parte de lo de  siempre?
   _ Unas uvas, aguacates...¿Estos son tuyos?
   _ Pues sí, no vea lo grande que está ya el aguacatero, y lo que ha cargado este año.
   _ Ponme una docena entonces.
   _ Le pongo estos dos que están en su punto, y los demás para que se le aguanten el mes.
   _ Plátanos también. Y...¡Turrón!_ Exclamó doña Marcia.
   _ Sí. Ya lo he traído.
   _ Y pensar que sólo faltan tres meses para Navidad._ Suspiró Doña Marcia._ Ponme dos tabletas del blando. Esta es una marca muy buena.
   _ De estas cosillas yo lo traigo todo bueno Doña Marcia. Esto no lo tienen al lado _ dijo refiriéndose al centro comercial. _ Esto se lo encargo yo a mi proveedor de siempre. Es como dicen ahora una delicatesen. Bueno, ya conoce la marca.
   _ Sí , sí._ Asintió Doña Marcia. Y luego dijo mirando el reloj._ Me lo voy a llevar ahora. Así que si no le importa cuanto antes me lo ponga todo...
   _ Esto va volando: Tres de aceite de oliva virgen, vinagre , harina, azúcar moreno, patatas ¿Las de siempre?
   _ Sí. Lo de siempre.
   _ Chorizos de cocido. Media paleta de jamón serrano. ¿Le parece bien llevar esta que tengo empezada? Le aseguro que está saliendo estupenda, nada salada._ Daba gusto ver moverse a Elvira a sus 63 años con aquel garbo de joven veinteañera. Un pedido como el de Doña Marcia siempre rejuvenecía._ Una bacalada. Mire estas que buenas. Y alguna que otra latita de sardinas, guisantes, y pimientos. ¿Verdad?
   Doña Marcia asentía a todo mientras la tendera se movía de acá para allá como una ardilla recolectora.
 _ Le pongo también legumbres de todo. ¿Uno de cada? Uno de alubias, otro de garbanzos, otro de lentejas, y también un paquete de arroz._ Doña Elvira ya estaba contando lo que había puesto sobre el mostrador y apuntando._ Le he puesto también jabón del clásico, lejía, jabón de lavadora ¿Qué más falta?
_ Elvira hablaba sola y Doña Marcia miraba a través de la puerta abierta del colmado._ Café. Aquí está. Y dos tabletas de chocolate. estas cosas las tengo aquí debajo del mostrador. No las quiero poner en las baldas porque son muy tentadoras. Ya sabe. Todavía hay a quien se le va la mano detrás de lo que no es suyo, y luego pretenden irse sin pagar... Además el chocolate está muy bien aquí, a mano, porque por otro lado se sigue vendiendo bastante, igual que los refrescos. ¡Ay! ¡Se me olvidaba! ¡El vino!_ Elvira marchó detrás de la trastienda y al instante volvió con una caja no muy grande, de esas que llevan doce botellas de vino de tres cuartos cada una._ La apoyó en el mostrador mientras se reía y aseguraba que el vino, siendo bueno, y si era de Rioja mejor, no podía faltar en una mesa de orden..._ Por qué a ver, ¿Quién nos echa a nosotras dos la edad que tenemos Doña Marcia? ¡Y sin necesidad de tomar SINTROM ni ese veneno de anticoagulantes que prescriben ahora los médicos a los que ya somos mayores. ¡Pero si de toda la vida de Dios el mejor anticoagulante ha sido el vino! A mí un vasito en la comida no me lo quita nadie. En fín Doña Marcia. Yo creo que está casi todo. ¿Llamará a un taxi? Lo cierto es que ya llevaba usted  bastante tiempo sin poder hacer su pedido, llevándose las cosas a poquitos. Desde que pasó la desgracia de ese pobre hombre...Por cierto ¿Ha conseguido usted ya contactar con algún otro taxista? Porque, a ver. Taxis tienen que quedar en este pueblo.
   _ En ello estoy._ Respondió Doña Marcia. Y bueno, hoy
 he quedado en que pasarán a buscarme. Y... estoy pensando que este muchacho estará por llegar. 
   _ ¿Qué muchacho?
   _ Un chico que es conductor de autobús. No sabría decirle quien es, la verdad.
   
   _ ¿Uno alto y flaco? ¿Jóven?
   _ Hay pocos jóvenes. Sí que es jóven.
   _ Ese es el hijo de La Ventisca, seguramente.
     
   Doña Marcia miró hacia la carretera cuando en ese momento aparcó un coche justo al lado de la tienda._
   _ Mire, creo que es este que viene por ahí. Sí. Es él.

   _ Hola._ Saludó el muchacho nada más entrar._ Ya le he conseguido el móvil ideal para usted Doña Marcia. Mire._ Añadió _ grande y grueso, con teclas y números, y letras que se ven a la perfección. Incluso tiene la opción de voz. ¡Es una chulada! Que si por lo que sea está usted torpe para marcar; obedece a la voz solo con apretar este botón de arriba. Mire. O sea, que usted dice el número al que quiere llamar de viva voz  e inmediatamente el mismo teléfono se activa sin tener ni que marcar. Y como es lógico, una vez introducidos los números con su nombre correspondiente...Escuche esto. ¡Es asombroso! ¡Ni siquiera tendrá que decir número por número porque la memoria del teléfono ya tiene apuntado el nombre! Por ejemplo...._ Elvira no perdía ni coma de las palabras del joven conductor mientras iba llenando una caja de aceite vacía con el pedido._ Veamos _ Dijo el muchacho _ A usted le interesa tener a mano el teléfono del taxista... Aquí está: 666 661 660, endemoniadamente fácil._ Observó._  De todos modos, ni siquiera habrá que marcarlo. Ya ya se lo he introducido. Mire ¿Ve? Esto es la agenda. A ver. A ver que tal se la da a usted. Puede usted meter el número de aquí, del colmado...
   _ Es un fijo_ Dijo Elvira. 
  Doña Marcia asió el teléfono, la carcasa era de color verde fosforito. _ Dígame su número Elvira. Nunca está de más tenerlo._ Pidió.
   _ 987 70 80 90.
   Doña Marcia lo metió en la agenda._ El conductor seguía sus pasos como un maestro satisfecho haría con un niño.
  _ Ahora, dele usted a guardar._ Dijo él.
  _ Vale. Ya está guardado._ Obedeció ella.
  _ Entonces es hora de comprobar el momento de la verdad.
 ¿Ha guardado usted el número con el nombre de...?
 _ Colmado, simplemente.
 _ Pues le da usted a este botoncito que activa la llamada de voz y...
   Doña Marcia apretó donde el joven le indicó, y con la misma dijo: COLMADO. 
   Y al instante un teléfono estaba sonando en la trastienda.

   _ ¡Qué maravilla! De verdad, qué maravilla _ Exclamó Elvira._ ¡Pero si ese teléfono mío ni sonaba hace ya no sé ni cuánto!Supongo que es usted que acaba de llamarme en mis narices de esa forma tan cómoda. ¿Quieren que lo compruebe?  ¿Lo cojo?
   _ No, no hace falta._ Respondió el hijo de La Ventisca._ Cuelgue Doña Marcia.
   Doña Marcia apretó el botón con el auricular rojo y el ring dejó de sonar en la trastienda.
   Elvira entonces arrancó a hablar._  Ese teléfono lo uso más bien para llamar yo. Pues mire: la última vez que lo usé fue justo hace tres semanas más o menos para hacer el pedido de los turrones. De verdad que me hace ilusión que tenga mi número, porque lo que es llamarme a mí, a parte de los pelotilleros de mis sobrinos para preguntarme de viento en tiempo que qué tal estoy, no me llama nadie.
  
     Terminaba Elvira su frase cuando en ese mismo momento oyeron los presentes un potente motor que se acercaba por la lejana carretera, y casi a los pocos segundos un lamborghini gallardo derrapaba a un lado del colmado y el diputado después de haber frenado a toda leche se bajaba del coche con el rostro descompuesto y encendido de un ser realmente en apuros.
    
   


   

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