¿QUIÉN PIDE PERDÓN HOY EN DÍA?
Mientras todos nos sentimos agraviados es cada vez más difícil pedir perdón.
Aunque supongo que siempre lo fue.
Antiguamente, en las sociedades jerárquicas, mucha gente era, o se sentía, obligada a pedir perdón.Y por seguir teniendo el favor de los que estaban por en cima, pues se pedía perdón, aún sin tener quizá culpa ninguna, en forma de la llamada falsa modestia, aunque por dentro uno estuviera deseando, generalmente quien más cerca estaba del poder, que cayera tierra sobre semejante gilipollas.
¡¡¡¡¿Pedir perdón yo?!!!
¡¿De qué y porqué?!
¡Pues que me lo pidan a mí!
¡Vamos! ¡Que no he aguantado yo de cada hijoputa!
Escuchar flores como estas, e incluso florituras, es de lo más normal y corriente. Sin embargo ¿Porqué nos sentimos mal luego?
Los psicólogos dirán que el COMPLEJO DE CULPABILIDAD causa estragos en la personalidad.Y posiblemente es cierto. Yo ya lo viví durante muchos años. Por eso mismo sé lo siguiente:
PRIMERO: Un complejo de culpabilidad no indica necesariamente que quien lo sufre sea el culpable de lo que sea que genere la sensación de malestar y culpa.
SEGUNDO: Cuanto más se tarde en hablar de ello y en resolverlo peor.
TERCERO: El sentimiento de culpa es tan antiguo como la llamada CONCIENCIA, y ambos han existido desde que el mundo es mundo.
CUARTO: Se sospecha que el sentimiento de culpa puede llegar a ser tan auto-destructivo que bajando como baja nuestras defensas, está seguramente detrás de unas cuantas enfermedades. lo que nos lleva al...
QUINTO PUNTO y el más importante. Por eso mejor sería ser bueno y confesarse tengamos o no culpa de nada,
Seamos sinceros. En cualquier conflicto somos partícipes por lo general de nuestra pequeña parte de culpa.
Ahora ¿Qué es lo que prefiero ser, un INDESEABLE más como hay tantos o CABEZA DE TURCO?
Aquí entramos en el juego los herederos de la cultura judéo-cristiana, los IDEALISTAS, y verdaderos creyentes.
"Mea culpa" diré, por lo que me toca.
Y eso es lo que hago. Y no sólo lo hago, y le pido al Señor perdón por mis pecados cada noche, cada minuto del día, si no que lo siento en el alma, y lo vivo como lo más sincero en la medida de mis fuerzas. Éste es el llamado ARREPENTIMIENTO.
Y sólo así podemos cambiar, y seguir vivos como seres humanos, dando gracias por lo que tenemos y pidiendo perdón cada día.
Sin embargo se plantea ahora un segundo problema.
¿A quién recórcholis le pido yo perdón?
¿A quien se dedica a joderme la vida? ¿Al indeseable que no hace más que desearme el mal por norte, sur, este y oeste? ¿A los familiares de más confianza que continuamente desvalorizan todo lo que hago y dejo de hacer? ¿A mis iguales, los más conocidos, la familia misma, esos que no me dan descanso y que continuamente quieren medirse conmigo? ¿A mis semejantes, a los cuales sinceramente aprecio, siempre y cuando no se metan en mi territorio y empiecen a juzgarme?
¿ACASO NO SON ELLOS LOS QUE TIENEN QUE PEDIRME primero PERDÓN A MÍ?
Los que tenemos una edad sabemos de la inutilidad de llevar la iniciativa en ese aspecto, y ser el primero en pedir perdón.
Me eduqué en una familia supuestamente cristiana, con la típica madre egocéntrica y con grandes aspiraciones para con los suyos. La primera vez que le pedí perdón sentido y bañada en lloros, tenía yo tres años, fue la irrisoria general:
___ ¡MAMÁ QUE TE PERDONO! ¡QUE TE PERDONO MAMÁ! _ Fue un drama del que se enteró toda la calle porque salí al balcón gritando para ver como mi buena madre se iba con mis hermanitos vestidos de pastores y con sus trajes de montañesas ellas, a la ofrenda a San Isidro patrono de los agricultores, dejándome castigada a mí en casa, cerrada bajo llave. Lógicamente para cualquier niño bajo esas terribles circunstancias el balcón, un lugar bien visible desde la calle, y obviamente a la vista de todos los vecinos...es el lugar más seguro. Hoy a mi madre la habrían denunciado.
¿Que porqué me había castigado mi madre?
Lo recuerdo perfectamente. Había yo sacado todos los zapatos del zapatero: las botas de mi abuelo y de mi padre, los zapatos de mi madre de tacón, los que ya no usaba obviamente, incluidos (recuerdo unos de tacón de aguja, color rojo coral que yo me ponía como niña que era para zapatear por casa y vivir mis propias películas....) Absolútamente todos y cada uno de los zapatos que encontré por toda la casa estaban colocados con un orden divino en el pasillo, todos en fila, como en el escaparate de una zapatería. Y mi madre, a la que por lo general no le hacían gracia mis ocurrencias, me estuvo una semana entera diciendo que guardara los zapatos en su sitio, cosa que no hice hasta que montó en cólera; entonces los recogí en un santiamén. Pero mi madre cumplió su amenaza y ni me puso mi vestido precioso de vieja pasiega, todo negro, de tafetán de seda negro brillante el corpiño, de algodón negro mate la camisa, de terciopelo el delantal y la falda y pañoleta a conjunto con sus florecitas grises, y todo aderezado con encajes, puños, cuello, y puntillas blancas, total que estaba yo preciosa con aquel traje, y ni me lo puso, ni me sacó fotos, ni me llevó a la ofrenda de San Isidro.
Esta anécdota quedará asociada de por vida a mi experiencia sobre el perdón. Cuando pides perdón, y sobretodo si lo pides al revés, ya es tarde.
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