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Marañas de La Tierruca


    



    Dominaba la vista El Santuario de Nuestra Señora de Montesclaros, y con la música del aire que le traía el tintilíneo- decía el hombre en vez de tintineo- del cencerro lejano de La Capitana... Más el murmuro del arroyo de Santuloso...Mas el aroma que se respiraba entre ácido, dulce y salobre...  Se sintió un de lleno, un pletórico hombre de esta tierra, mezcla de raza pasiega y campurriana, e inspirado a iniciar lo que ya venía rumiando hacía ya mucho tiempo, demasiado:
     La preciada labor que tendría que llevar a cabo tarde o temprano, le venía ya comiendo demasiado la cabeza, para dejar memoria a ciertos congéneres más perezosos, de que una vez hubo hombres que cuidaron del paisaje, casi gigantes, que peinaban con el dalle, haciendo del lustroso pasto, las más bellas praderías, cada vez más difíciles de ver.
   Antes eran cuarenta. Ahora ya sólo quedaban veinte hombre escasos entre Reinosa en el sur,  Luena en el Este, y San Pedro del Romeral al Norte. Y se necesitaba un batallón.
    Las marañas empezaban a ponderarse ennegreciendo cada vez más La Tierruca.
     Pero él dejaría constancia de su denuncia. Escribiría sus memorias, y con ellas la memoria del más verde, bello, conjunto de valles y montañas, que nunca fueron reino; Pero que sí que ayudaron a construir el Reino de España, con el Principado vecino, y un antiguo Reino llamado León.
   

    Inspirado estaba Marcial, un tipo que rondaría los cuarenta y siete años, de pelo negro enmarañado como las marañas que a sus ojos causaban tanto tormento… Antiguamente negro azabache, el pelo, mas ya asomando canas, todavía tenía un buen ver, y hacían de él un guapo mozo, aunque ya con sus añitos. De mediana estatura, esbelto y sonrosado. Posiblemente sanguíneo, y de sangre caliente. Mas con un brillo extraño en sus ojos, el brillo de un tipo infantil y soñador, libre de malicia, contemplativo y feliz.
    Pero había algo que le amargaba a Marcial. Y ese algo era el no ver felices a los demás.
    Esa mañana enfiló el lápiz que llevaba en la oreja, y su diario. Y como loco se puso a escribir.
    Había decidido, después de una larga lucha, que ya no merecía más la pena, el doblar él sólo el espinazo. Dineros tenía para que lo doblaran otros por él. Y así empieza su historia:




      
 Le llamaban Frailuco porque un día que su padre los llevó a todos a la iglesia, que sería por el funeral del señor más importante de la comarca, se le ocurrió, cuando vio a aquellos hombres tan bien avenidos, decir que quería ser fraile .  Demasiada bronca había siempre en casa, y también demasiada mujer raja que raja, y peleando todo el día...

 

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