El despertar de la conciencia es siempre doloroso.
La conciencia es como una especie de monstruo interior que destruye toda euforia, toda vanidad reconfortante. todo deseo baladí y estúpido, aparentemente inocuo, dentro de nosotros.Respeto y venero a todos y cada uno de los santos. Pero yo no quiero ser santa.( Quizá me volví demasiado orgullosa, y de tierna corderilla me he convertido en una oveja vieja, que preferiría ser cabra.) De verdad que no quiero ser santa, porque no puedo. Creo que hasta incluso lo he intentado y así estoy yo ahora, hecha polvo, física y moralmente.Ya lo he dicho. Y como creyente tendré que ir a confesarme. Le pido a Dios que no me siga encaminando por el camino de la santidad y del martirio. A mí hasta la dificultad menor se me hace muy cuesta arriba, y no estoy dispuesta lo más mínimo a exponerme a seguir sufriendo el desprecio, el ridículo, el maltrato de mis semejantes (de los más cercanos muchas veces) sus hirientes comentarios, sus crueldades, su indiferencia cuando una injusticia clama al cielo, o sus neurosis y su mal humor, y su contagioso derrotismo.
Me preguntó si no existirá en el cielo un lugar más neutro. Creo que no.
Sé que ningún santo se hizo santo porque se empeñara en ello. Le hicieron santo, que no es igual. La humanidad, que es tan poco caritativa, el Mundo, el Demonio, y La Carne, los otros seres humanos con lo poco que tenemos de santos en nuestro conjunto, probamos a todos esos pobres infelices en el crisol del dolor, una y otra vez.
Los santos no fueron insensibles al dolor y al cansancio, ni al desamor, ni a la desesperanza.
Muchos de ellos murieron incluso martirizados.
El santo no puede soportar la maldad y el dolor, no puede evitar rebelarse una y otra vez ante la injusticia. La diferencia entre un rebelde y un santo, sin embargo, es que el santo hará lo posible por no violentar. Cargará su cruz con su propia violencia reprimida, y con la violencia ajena, y se echará a andar hasta caer muerto.
Yo de momento estoy sentada. Permanezco en espera. Quisiera ver como una inmensa mayoría se salva, y decide dejar de interponerse en el camino, no ya de su propia salvación, si no en la salvación de los otros, mofándose una y otra vez de los buenos intentos, destruyendo con soberbia envidia, los frutos de las buenas obras. Quiero ver como todas las crucecitas son más pequeñas. "Coje tu cruz y sígueme" Dijo Cristo. ¿Porque no limar asperezas y cruces, hasta hacer de ellas una herramienta para el camino, donde incluso podamos apoyarnos, una cruz que nos sirva más de bordón o palo de peregrino? A Cristo no le vi darse la vuelta a recoger las otras cruces tiradas en los bordes del calvario. Muchos antes que él habían pasado por ese camino, y habían acabado por tirar la cruz, otros habían muerto en el camino, antes de llegar a ser crucificados.
Ese es el destino ineludible de todos y cada uno de nosotros. No hay vida tan perfecta que carezca de diarias y pequeñas agonías, de desilusiones continuas, y desprecios aveces terriblemente consentidos.
Yo me rebelo contra lo ineludible. ¿Puede haber algo más estúpido?
Me digo una y otra vez que con esa actitud sufriré más, que es mejor ser un corderito, y dejarse sacrificar por todos, en pos del bien común.
Pero ¡Que no me da la gana!
Sigo pensando que las crucecitas pueden hacerse más pequeñas, a no ser que yo me haga por fuerza de un milagro mayúsculo, mucho más grande, y sea bendecida con un surtidor de gracias divinas que me permitan conseguir lo imposible.
ESO NO EXISTE.
Lo dice una persona con fe.
Lo digo yo. Que creo en el Padre, el Hijo, y El Espíritu Santo; Pero que creo distinguir la RELIGIÓN de los cuentos de hadas.
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