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¿QUIÉN MATÓ AL TAXISTA? Octava entrega.




   


   _ Aquí en esta salita podemos hablar tranquilos. Pase._ Indicó Rosita al tiempo que metía su ramo en un jarrón de cristal tallado grande y grueso que había sobre el velador de la entrada.
   La salita de gran ventanal daba al norte y proporcionaba una extensa vista tanto de la carretera, como del camino de acceso a la casa. Al fondo se veía la mar con el horizonte y las plegadas montañas en descenso con su bruñida superficie norte, fría y verde agreste ._ Así desde aquí podremos ver si se acercara algún inoportuno y nos daría tiempo de terminar la conversación si se diera el caso._ Añadió.

   Todo era disponibilidad en aquella mujer, pensó el subinspector. Y tanta solicitud siempre tiene su toque sospechoso.
   _ Empezaré mis preguntas ¿Le parece?_ Dijo Pero mientras tomaba asiento.
   _ Adelante_ respondió ella sentándose a su vez en una hamaca.

   _ ¡Cuánto tiempo lleva usted casada con el que es su marido?
   El gesto dulce y sonriente de Florita quedó compungido de pronto.
  _ Poco menos de un año. Teníamos ya la fecha para casarnos en la iglesia, las proclamas echadas, faltaba preparar el boato, ya sabe el banquete con mogollón de invitados y eso...Teníamos las invitaciones ya hechas; pero no se mandaron. Con los últimos preparativos estábamos cuando pasó lo...
   La voz de Florita empezó a frenarse. _ Lo de mi suegro.
   _ ¿Se conocían ya? Quiero decir si durante la etapa de noviazgo ya estaba usted en estrechas relaciones con esta familia._ Preguntó el policía.
   _ Oh ¡Claro que sí! Juan Antonio y yo llevábamos saliendo por lo menos tres años. Empezamos casi siendo unos críos.
   _ ¿Cómo se conocieron los dos? ¿Puede contármelo?
   La sonrisa volvió a la cara de Florita iluminando con sus pequeños dientes la claridad natural de su rostro. Se ensancharon sus labios pálidos y tímidos y empezó a hablar.
   _ Yo empecé aquí como taxista. Así nos conocimos. Juan Antonio el padre amplió su licencia de taxi. Bueno ya debía de haberla ampliado antes de meternos a dos conductores más. Alborada estaba creciendo mucho y había quien se quejaba de que no se daba un servicio a la altura de las necesidades de la ciudad. Alborada ahora es una ciudad; pero antes era un pueblo. Pero ya sabe usted lo que pasa en invierno en Alborada. Pues que vuelve a ser un pueblo. Juan Antonio no se hizo de otros dos taxis hasta que lo vió rentable de verdad, y eso fue no hace mucho. A él no le gustaba darle dinero a ganar a los bancos innecesariamente. Era un hombre que iba poco a poco.
   _ Sin embargo... Quiere usted decirme que,_ interrumpió el subinspector _ sin embargo la licencia de explotación era suya, de manera que lo primero que hizo fue evitar la competencia de otros posibles nuevos taxistas que hubieran querido hacer lo mismo que él. ¿Cree que esa actitud le pudo granjear enemigos?
  _ Puede. No lo sé _ contestó ella._ De todos modos yo creo que les hizo un favor a los demás._ Añadió.
  _ ¿Cómo un favor? _ Si tu impides trabajar a los demás o que otros amplíen su negocio, solo porque te has adelantado a ellos y comprado los derechos de explotación de la red de servicios de taxi de la ciudad ¿qué favor les estás haciendo al resto de los taxistas?
  _ No. No. El negocio no era lo que parecía... Quiero decir que él, bueno, es cierto, se hizo con los derechos de explotación, antes de que ello fuera un negocio en sí. Vamos: que lo vio venir antes que los demás. Pero que esto no es lo que parece también es verdad. Los meses de invierno hay una bajada que nadie imagina.
  _ Sin embargo parece que él sólo no daba a basto para cubrir ese servicio que pretendía dar. En pocas palabras, y como suele decirse: Ni comía él ni dejaba comer a los demás.
  _ Bueno _ dijo ella como justificándose _ en Alborada hay más taxis aparte de los de mi malhadado suegro. Y los negocios funcionan así. Si quieres algo en la vida te tienes que espabilar. Eso ya se sabe.
  _ Ya. Pero a veces uno se granjea enemigos. Sígame contando.
   Pero le dedicó su sonrisa de tiernos ojos pacientes a Florita.
  _ ¿Cómo se hizo usted taxista?
  _ Ah _ ella se echó a reír._ Mi tío Celes es el dueño de la auto-escuela. Desde los siete años soy una de las mejores  alumnas que ha tenido la escuela. Me encanta llevar el volante. Tengo permisos de primera, de segunda y de tercera. Y este fue mi primer trabajo cuando acabé el bachillerato. Ya sabe. Hice la selectividad; pero la nota no me dió para lo que yo quería estudiar.
  _ ¿Qué quería hacer?
  _ Económicas. Pero pronto se me pasó el disgusto cuando en verano me salió este trabajillo.
  _ Creo que antes me ha dicho algo como que empezó a trabajar con otro joven, bueno supongo, que sería joven también. ¿Quién era?
  _ Ah sí. Julian Gonzalez Pereda. ¿No le conoce? Su madre es muy conocida ¿Cómo le llaman?
  _ ¿Puede ser el hijo de La Ventisca..?
   Florita rompió a reír otra vez._ O "Aventada". Siempre lo confundo. Porque mire que se las trae la señora. ¡Menudo carácter!
   _ Vamos a dejar a La Ventisca tranquila. Me interesa más saber algo de su hijo Julián.
  _ Aquí nada más estaba los veranos. Pero de esto hace más de dos años. Ahora es conductor de autobuses.
  _ Ya, ya lo sé. Pero de paso que la veo tan colaboradora y parlanchina quisiera saber el cariz de las relaciones jefe-empleado, que mantenían Juan Antonio el padre y el tipo del que estamos hablando.
  _ Yo creo que eran buenas. A ver...Ya se sabe que cuando eres joven siempre te explotan un poco. Y más cuando hay que desamortizar dos taxis nuevos. Cualquier empresa que hace una ampliación hace lo mismo, prefiere trabajar con gente joven y no regala nada. Pero yo no creo que Julián lo llevara mal.

     Pero miró el reloj. Ya se estaba entreteniendo demasiado. Antes de despedirse quiso hacerse su resumen de las cosas.
   _ Volviendo a como hemos empezado. _ Dijo. _ Con el luto y todo el desgraciado asunto que me trae por aquí, ustedes, Juan Antonio hijo y usted misma quiero decir, decidieron sin embargo que lo que era su casamiento se llevaría a cabo en la fecha concertada. Eso sí. Sin boato ninguno.

   Entonces Florita le miró con una cara rara, recriminadora._¿ Le parece a usted que en un momento como ese les podía yo dejar cuando más me necesitaban? La vida sigue Señor subinspector. 
   _  Sí. Tiene razón. La vida sigue._ Corroboró él.
   _ Y los negocios hay que seguirlos llevando, y más cuando hay un empeño en cima._ Dijo ella. Y con la misma, no pareciendole la hamaca lugar apropiado para ponerse seria, se levantó cogiéndose con ambas manos a los extremos que sujetaban la hamaca a la viga del techo. Luego hizo un gesto como de sacudirse las manos, y repasó los tirantes de la susodicha hamaca como si hubiese percibido rastros de suciedad en ella.
   _ ¿Es usted quien dirige la empresa ahora?
   _ Si se refiere a que soy yo la que me encargo de toda la labor administrativa le diré que sí. Y es mucho trabajo. Ya ve, no me queda tiempo ni de limpiar.
   _ ¿Qué dice su suegra?
   _ Está encantada.
   _ Y su marido más. Me imagino.
  _ Mi marido es muy inteligente; pero es disléxico. ¿Sabe lo que letras y números suponen para una persona con dislexia?
  _ Ya, ya.
   Pero se levantó también de su asiento, y llevándose la mano a su atractivo mentón partido le hizo esta última pregunta a aquella joven mujer de bandera._ ¿Diría usted que su suegro, que en gloria esté, habría estado orgullosa de usted?
  _ Claro, claro que sí. El me apreciaba mucho ¿sabe?
  _ Lo supongo. 
    

   Pero se dirigió hacia la salida de la salita. En el cristal del cerramiento de parte del porche que hacía de recibidor podía seguir la imagen de Florita detrás de la suya._ Tengo una última pregunta._ Dijo en plan golpe de efecto, volviéndose hacia ella antes de llevar la mano al pomo de la puerta.
   _ ¿Qué le es tan urgente hablar con nuestro diputado para llamarle trece veces en una noche?
  
   Esa fue la pregunta. Florita, en su natural palidez difícil de sonrojar, casi sintió escozor en las mejillas.
   _ Es. Es nuestro mejor cliente._ Dijo ella como tartamudeando, y sorprendida. Para cumplir con él hay que ser, extre- extremadamente puntual y, y precisa.
   _ Claro.
  Otra vez se iba el subinspector Pero. En los ojos de Florita se reflejó cierta impaciencia. Hubiera querido precipitarse a abrirle la puerta ella misma; pero no lo hizo. Era suave, y siempre sumamente educada, y así seguiría.

   _ ¿Sabe? Siento decirle que esa respuesta no despeja de todo mis sospechas _ Dijo él.
  _ ¿Qué sospechas?
  _ La de que a usted y al diputado les une más que una relación laboral.

   Entonces ella, echándose con la mano su cabello hacia detrás de los hombros se rió sarcástica.
 _ Pues oiga. Que yo sepa no es mi primo.
 _ Pero quizá sí amantes._ Respondió él, sutil en el gesto y directo en las palabras.
 _ Si hemos sido amantes tendría usted que demostrarlo ¿no le parece?_ Respondió ella adelantando su infaltil y retraída mandíbula, de forma descarada y desafiante.
 _ Creo que lo sabe medio pueblo.
 _ La gente es tremendamente envidiosa, y el malmeter, eso existe de toda la vida._ Se justificó ella.
_ Existe una posible teoría mi querida señora...
_ No me llame usted así.
_ Perdone: Pero quería decirle, si me deja...
_ ¿De qué teoría me está hablando?
_ Más que teoría es seguramente una idea absurda, otra más de las mías. _ explicó el policía _ Pero, entiéndame. Para dilucidar este caso dificil, dificil para mí que nunca me las ví envuelto en tan feo asunto...
 _ Dígame ya qué teoría es esa, por favor.
_ Pongamos que al que iba a ser su suegro, en días anteriores a la fecha en que usted y su hijo tenían pensado casarse, le hubiese llegado ese malmeter como usted lo define, siendo cierto o no el que el alcalde y usted hayan sido amantes.
_ Si hemos sido amantes antes de ser yo una mujer casada, no creo que tenga que darle cuenta a nadie...
   _ No, claro que no. Y si la mujer de él consentía, menos.
   Florita empezó ya a sonrojarse en serio, y mostrándose lo más basta que podía en semejantes circunstancias, le abrió la puerta al subinspector diciéndole:
  _ Creo que usted ya se iba.
  _ Le comunico que tendré que citarle para tomarla declaración formal._ Dijo él antes de salir por la puerta.
  _ Hágalo.
      
   Mientras bajaba el camino en pendiente hacia la carretera donde tenía aparcado el coche el subinspector Pero iba pensando en cómo diseñar bien las preguntas de un careo pendiente. Los confrontaría a los dos; A su Señoría Don Ricardo Buruaga Sáenz, y a la peligrosamente atractiva Rosa Flor Perez Arteaga, casada con un disléxico ¡Vaya con Dios!
    

  
    

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