En su casa no había hombres. Si ella, o cualquiera de sus hermanos se quedaba dormida fuera del catre, era su madre siempre quien los llevaba a la cama. La joven niña no podía ver una sola muñeca de las que dejaban por ahí tiradas sus hermanas pequeñas, o las niñas de los vecinos, todas blancas curiosamente, no podía verlas tiradas, desnudas. A ella no le gustaban las muñecas; perecían lo que eran: cuerpos sin vida: Pero cuando veía asomando una cabeza con la cabellera entremezclada con la tierra de la calle, o unas extremidades rígidas y desnudas con unos ojos tiesos azules mirándola fijamente, tenía entonces que recoger al muñeco en su regazo, hacerle un arrebujo con un trozo de tela vieja, y con unas cuantas hojas y flores de olea hacerles una cuna. No. En su casa no había hombres. Pero por lo menos había mujeres para cuidar a los niños. En otras casas tampoco había madres, sólo abuelas con niños de piernitas muy delgadas y vie...
Opinión mucha. Literatura poca. Opinar es a veces poner mal rollo. Con la literatura intento resarcirme de la lucha que supone cada día el uso de la palabra en este país. Perdonadme mis comentarios si son hirientes. Los cuentos, las novelas incompletas, las poesías. salen de un banco, de un arcón lleno, de muchos años, y de mi ilusión por emocionar y emocionarme, cualidad que intento cuidar cada día