Era un secreto bien guardado que aquella mujer últimamente no le hacía ascos a nada. Negus sin embargo, lo sabía. Sabía que ella no rehuiría su compañía de ningún modo y que una vez juntos, luego todo sería coser y cantar. No serían amantes, serían algo más.
Así, llegó la noche en que Negus se decidió a entrar en su cuarto, la noche en que Negus tuvo claro que ella no sólo le dejaría entrar si no que incluso le estaría esperando. No iba a ser todo servir para ella, no iba a ser como cada noche para esa maravillosa chica: recoger los platos ya vacíos después de haberle servido también a él la cena, y luego cerrar a cal y canto ventanas y puertas y arrancarle unos acordes al piano antes de irse a la cama.
La mamá estaba en el piso de arriba. Negus escuchó como la señora iba al baño, y tiraba de la cisterna, escuchó incluso correr el agua del lavabo, y se imaginó a la mujer lavándose las manos y los dientes. Negus era capaz de visualizar cada movimiento que esta mujer llevaba a cabo en la intimidad. luego oyó que se cerraba la puerta del baño y sus pasos pesados y blandos sobre la alfombra del distribuidor. Luego también escuchó el como cerraba la puerta del dormitorio, e incluso como se sentaba en la cama que ya la maravillosa muchacha había dejado abierta, y el como sacaba el rosario del bolsillo de la bata. El sonido de ese rosario le tenía encandilado, el de sus cuentas deslizándose por efecto de la caída de la gravedad en el vacío, y luego el confortante siseo de oraciones repetidas y tan conocidas. Todos esos sonidos, apegados a la rutina, que precede al momento de acostarse, eran sus preferidos, y los que le hacían disfrutar su zona de confort de forma verdadera . Negus entreabrió los ojos. Por lo general era él siempre el último en irse a la cama. ¿No arriesgaría demasiado intentando entrar el el cuarto de aquella chiquilla encantadora y siempre servicial? ¡Y cómo tocaba! Hacia esas horas Los Salmos eran sus preferidos. Y a la mamá le gustaban. Los tocaba de maravilla, además esa noche especial la chiquilla canturreaba El señor es mi luz y mi salvación...
Por la noche, a las doce de la noche qué otra cosa se puede cantar que te haga más feliz, y el irte a dormir en gracia y paz de Dios. ¡Pobre niña! Niña para todos aunque ya pasaba de los treinta y tantos, en una casa de gente mayor y almas solitarias como la suya, ella era la niña. Pero Negus no era una persona mayor, el era joven, quizá demasiado joven para vida tan apacible.
Se levantó.
Cambio de planes. ¿Porque no dirigirse a la habitación de ella, y entrar subversivamente , tampoco iba a inquietar mucho el orden? Él estaba seguro,absolutamente seguro, que ella también lo esperaba. Así que en el lecho la esperaría, y esperaría con una pregunta:
_ ¿Porqué separarse por las noches?
Se suponía que él tendría que haber salido a la calle. Era su hora para buscarse la vida. Pero últimamente la obligación le estaba sobrepasando. ¿Acaso no sabía ella que en la calle hacía frío? Era invierno, y afuera, ella lo sabía, le estaría esperando aquel pedazo de animal cruel y salvaje No quería pasar por cobarde; pero ¡No solo el loco aquel había amenazado seriamente su vida si no que él era de vida tranquila, rehuía todo tipo de violencia, y principalmente siendo él el que tenía las de perder..! ¿Era ese enfrentamiento realmente necesario? Él podía ayudar de otro modo en la casa. Él la amaba a ella con locura, Y ella le quería, sabía que no podría soportar que le pasara nada malo. Tenía que dar el paso y no había otra.
Por todo, por toda esa larga lista, se decidió Negus a violar las convenciones fueran sociales, clásicas o animalistas; no, no había clase que fuera a interponerse entre él y la muchacha, la misma naturaleza se la pasaba por el bigote. Tenía que salvar el pellejo como fuera. Una cena cada tres meses y un pobrecitoesquemedapena no eran suficiente. Negus estaba dispuesto a poner de vuelta y media la jerarquía esa del copón. ¡Ay madre, si le oía la vieja!
Se estiró todo lo que pudo Negus, y sin dilatar más el momento se fue para allá, dejando la butaca más cómoda del comedor y arrojando la manta al suelo. Ningún dormitorio tenía que ser tan sagrado que no le ofreciera derecho de asilo.
Se oyó caer la tapa del piano, se oyó la puerta de la sala abrirse y cerrarse, y fue entonces cuando ella entró en su cuarto y vio al encender la luz que él ya estaba allí.
Ella no sólo puso cara de asombro, si no que también puso cara de enfado. Negus supuso que era la cara normal de una mujer sorprendida. No podía ser que existiesen mujeres así. No le entraba en la cabeza. Todo encanto y amabilidad, todo desvivirse por los demás, y luego cerrarse ella sola en un dormitorio como si fuera una ermitaña. Era rara ¿cómo no lo había percibido antes?
Negus se limitó a levantar la cabeza y aprovecho a apuntar con sus mágicos y largos bigotes a la entredicha, los hizo titilar en una mueca felina, eran finos como la seda y tiesos como espinas, tenían un no sé qué hipnótico y subyugante. Él quiso hacerle entender que podían casarse si era necesario. Si ella le besaba él entonces se convertiría en el hombre de sus vidas, la de la mamá y la de ella. La mamá también echaba de menos a un hombre en aquella casa. Pondría su vida en el empeño; pero por favor, que no le echara, por lo que más quisiera, otras mujeres solteronas no eran así, dejaban a sus mascotas dormir con ellas ¡por Dios!
No, esa vez no iba a echarle. Su miau no era temeroso, y tampoco amenazante. Sólo emitió el miau justo y en la entonación exacta. Y al instante se relajó y anchó un poco más el huequecillo en la colcha ,justo a los pies. Negus lo tenía todo calculado y medido. Abrió sus patas; pero fue comedido con las uñas. Sentía un gran placer porque el cuarto estaba caliente y la cama mullida. Entonces la mujer decidió desnudarse mientras farfullaba algo.
Y Negus se sorprendió al descubrir como las personas se arrancan la piel cada noche y se quedan nada más con una pelleja bastante más fina y sin un sólo pelo, quitando la larga cresta que les corona a las mujeres la cabeza. La chica refunfuñaba todavía. Se puso el camisón y abrió la cama. En ese momento se puso a bufar, no él si no ella, igual ese idioma lo entendía. No. No lo entendía. Bueno, exactamente sí lo entendía; pero hizo como que no. No se trataba de que ella se rebajara a ser una gata salvaje, se trataba de darle a él la oportunidad de ascender en la escala de depredadores principales.
La mujer se acostó. Se le notaba contenta en cierto modo.
Entonces ella estiró las piernas y dio una patada debajo de su culo.

Eso no era verdad. No podía ser verdad. En aquella casa no se había comido gato en la vida.
Con tanto moverse y dar vueltas y estirar ella las piernonas acabó Negus por sentirse acosado.
Se puso sobre sus cuatro patas y caminando sobre la cama se fue a oler el pelo de la pianista. El percibió y confirmó que todo su cuerpo olía al ámbar de la confianza. Entonces se dijo: Fuera la amargura, fuera la angustia.
_ ¿Sabes una cosa Negus? El mundo es muy amplio para que pierdas tu preciosa noche aquí en un cuartucho metido. Ya veo que te estás espabilando. Anda, vete a cazar cucarachas por la cocina.
Tampoco tienes porque salir ¿sabes?_ Dijo ella mientras se levantaba, y le abría la puerta. A Negus lo que no le gustaba es que le cerraran la puerta. Entonces la mujer pasó aquellas manos duras y calientes del trabajo por todo su lomo. La mujer se reía como una niña y él empezó a ronronear. Salieron al pasillo, luego al vestíbulo.
Y allí él le pidió que abriera la cancela.

La mujer seguía acariciando su lomo y Negus parecía crecer debajo de cada manotada.
No serían amantes. Era imposible. Pero él haría lo posible por ser algo mucho mejor que eso para ella. Se lo agradecía todo, y los amantes quizá se lo dan todo; pero nunca se dan las gracias.
Ella era la mujer de la magia para abrir todas las puertas, la que abría botellas y hacía surgir un chorro de leche del pitorro, la que olía a alimento y encendía el hogar, la que limpiaba y le cuidaba.
Y en esa hora, envuelto en su bautismo de olores, imbuido de un escudo de calor, serenidad y seguridad, decidió por fin arrostrar su destino. En el dormitorio de las personas que duermen por la noche nunca hay demasiados atractivos. Mejor era la lucha al aburrimiento.
Tuvo mucha suerte. Ella abrió la puerta muy callandito. El Capitán Pirata parecía exhausto, o quizá estaba medio tieso por el frío. Lo vio echo un ovillo en el porche. No debió ni oír ni la puerta de lo engurruñado que estaba. Quizá estaba perdiendo facultades. No lo pensó más y se lanzó sobre él.


Para Negus aquella fue la mejor noche de su vida. No se sabe si fueron los mimos reconfortantes en los días preliminares a semejante batalla, y el saber que no le habrían de faltar los cuidados ni la comida si se hubiera visto en lo peor, o quizá el salmo también tuvo su efecto porque ya sabe todo el mundo la letra:
El Señor es mi Luz y mi Salvación
El Señor es la fuerza de mi vida
¿Si el Señor es mi Luz a quién temeré?
¿Quién me hará temblar?
... O incluso el rosario que la mamá rezaba en la cama, porque la mamá también escucho los alaridos, claro que los oyó. ¿Qué es lo que hizo más valiente a Negus?
Para Negus estaba claro. En aquella cocina no había ni siquiera cucarachas. Estaba muy limpia. En el fondo fue el aburrimiento. El aburrimiento te hace pensar en salidas imposibles y desesperadas, querer ser persona cuando eres un gato no se va a dar. El aburrimiento provoca ese tipo de delirios como creer lo inconcebible, y sobretodo te hace perder mucho tiempo. Y todo eso era peor que una arañada a muerte con Capitán Pirata. Pero tuvo suerte. Fue indudable.
De pronto Negus se estremeció. ¿Y si Capitán Pirata hubiera podido reaccionar a tiempo? Y si acaso decidía volver, y le daba la paliza de su vida y se decidía vengar? Todavía cabía la posibilidad de parlamentar durante horas. Pero ¿Porqué preocuparse? Los rosarios de la mamá y los salmos al piano le seguirían hasta el final de la oscura noche. Y eso fue, en semejante ocasión lo que Negus decidió;

Viajar la noche hasta donde se fraguaba la batalla.
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