LA INFELICIDAD
- No es lo mismo infelicidad que desgracia, tampoco es lo mismo infelicidad que desdicha, aun cuando el diccionario que tengo en la cabecera así lo defina:
- Infelicidad-f Desgracia, desdicha.
- Una desgracia nadie la quiera. Desdicha la sufren aquellos a los que la dicha les fue arrebatada.
- Infeliz es simplemente aquel incapaz de buscarse la felicidad.
- A veces pienso que yo estoy entrando en ese estado. Yo, que a pesar de las personales desgracias, y generales desastres vividos solía sentirme feliz por nada, y con cualquier cosa salía a flote sintiéndome llena en medio de la nada, e imaginando que todos los demás seres que me rodeaban estaban tan llenos como yo.
- Verdaderamente no entendía el porqué de esos rostros graves, y me preguntaba si tan terriblemente desgraciada había sido su experiencia vivida, y todavía me sigue pasando que la mayor parte de los problemas que no son míos, no son para mí más que minucias; verdaderamente toda esa amargura y tristeza me eran ajenas, y supongo que sería de tontos, lo mismo hoy, el preocuparme por seres de esa calaña: aguafiestas, amargados, resentidos, quejicas...Hacía yo un saco con todos esos, y ¡Dios me perdone! ¿No se les podría mandar, no ya a otra esfera, si no a otra dimensión, donde dejaran de amargarnos?
- Tengo una hija que es un poquito, bastante así. Cuando está a malas, se la pasa quejándose de lo mal que lo hago yo todo. Y cuando está a buenas, siempre le pasa algo, con esto de que la pasa algo quiero decir que o le duele aquí o le duele allá, lo último fue en el apéndice perdido, y habrá que inventar una nueva enfermedad para ella, porque todavía ningún médico le ha dado con el diagnóstico. Y cuando no la pasa algo, entonces va todo lo sobrada y auto suficiente que puede ir una hija petulante delante de su madre.
- Yo ya no puedo más. Y si ellos no se van me iré yo. Lo que no entiendo es porqué me siento menos humana. Que cada uno cargue con su cruz, dijo Cristo, y me siga. Creo que no dijo nada de que tuviéramos que cargar con las cruces que muchos dejan tiradas en el camino.
- Yo no sé nada. Sólo sé que ahora me siento así: Una infeliz, y que la infelicidad me invade y me ha teñido ya por completo. Y la infelicidad no es otra cosa que carencia de felicidad, y quizá imposibilidad de conseguirla, o de conseguir algo parecido de ahora en adelante. Infelicidad, un tren fatal que te aleja de la vida y de los tuyos, y que te lleva hacia no se sabe que campo de concentración donde para ser feliz habrá que inventarse que las caras nuevas son los rostros de los seres queridos, lo sean o no.
- Confórmate- me digo- en contemplar cual espectador, no en participar. A mi beba grande Sofía la envuelven los abrazos de su madre, y así tiene que ser. ¿Pero quién barre, ordena recoge todos los juguetes desperdigados y los pone en su sitio? ¿Quién recompone la zona de juegos después de las fiestas y las algarabías? Cuando yo hago gimnasia con Sofía y tiro todos los cojines por el suelo luego los vuelvo a poner en su sitio, no me paso media vida conectada al móvil, mientras Sofía lo echa todo a perder, y luego quiero que la niña se vista corriendo, y coma corriendo, y no sé pero quizá no comprenda esa ansiedad por no poder contestar el ¨Piii" de la oportunidad que pasa de largo, ¿Es una alerta? ¿Una gilipollez en vivo de alguno de esas decenas atrapados en la red?
- Veo a estas alturas de mi vida la felicidad como a través de una celosía, o un velo. Oigo voces, siento olores; pero no me atrevo a participar. ¿Sabéis porqué? Porque me llamarán vieja chocha, si quiero zarandear y achuchar a un niño pequeño, porque ya nadie se fía de mi fuerza ni de mi buen sentido cuando quiero cuidar de ellos; porque se supone que me siento mejor estando sola, y casi escondida, aquí donde no me dé demasiado el sol. De manera que me lo acaba de anunciar.
- _ Mamá. Sofía y yo nos vamos.He alquilado un apartamento.
- Estupendo_ me digo_ satisfecha de ver a mi hija, la del manual y las revistas de moda, lo bien que se le da ir a favor de la corriente y labrar su independencia. Pero lo que me epata, es la manera., así como con suspense, como si se pensara que me pilla de sorpresa.
- Una matrona que no me conocía ya me puso el san benito de "abuela demasiado activa".
- Esa señora empezó a estrechar mi particular mundo feliz.
- Sin embargo había sido yo quien le dijo a mi hija que fuéramos a la matrona, vistas las grietas que tenía en el pecho, y su desespero doloroso en modo de tentativa de dejar la lactancia y sacarse un biberón de debajo de la manga.Y que no había manera de que me hiciera caso en nada después de ser ella la que acudia atosigante con sus problemas. Yo no tuve grietas como tampoco necesité el kamasutra.
- Que maravillosa lección, que explicaciones tan jugosas: Esa señora estaba recordándome todo lo que fue el periodo de lactancia de mis hijos. Cogió a mi niétecita y no la soltaba, la metió debajo del sobaco, la zarandeó para arriba y para abajo, mientras daba sus largas zancadas por el consultorio...No en vano tenía un master sobre lactancia, Lo que la había llevado tan lejos en su investigación, entrevistando a mujeres de zonas rurales como hasta Ucrania, Rumanía y Bulgaria
- Esa mujer no era feliz, era insolente en sus conocimientos, una clase de conocimientos que por lo general, si los dejas, acaban saliendo de manera instintiva.
- Mi nietecita empezó a berrar mientras la matrona decía con voz oronda: Aquí tienes la máquina succionadora que te va a quitar esas grietas. La niña se agarra muy fuerte porque el pecho está demasiado lleno, es como un globo muy hinchado, ves, esto sería el pezón,,,,Hay que soltar un poco de aire, o leche en tu caso, para ablandar y que el pezón pueda estirarse libremente.
- Sofía, el bebé de la abuela, no paraba de echar el gaznate por la garganta a puro berrido. Si es que ella lo estaba entiendo todo, y yo también. Mi nieta tenía hambre ¡Recórcholis! y la matrona seguía dándole a oler el olor de sus desodorante, y mi hija con cara de bobalicona, sabiendo que todo lo que esa señora le estaba diciendo, le encajaba en mi persona, yo que amamanté a mis hijos en mi juventud sentada, echada, de pies, y nadando. Y que no me pasaba el día debajo de la ducha.Pero nadie es profeta en su tierra y menos en su propia casa.
- _ Todo está muy bien. Me está usted recordando lo que ya se me había olvidado. Es verdad Nena, es verdad, yo hacía eso, yo os ponía por un lado para ablandar la parte más apretada; Y también os ponía por en cima , así; pasándoos como una pelota sobre el hombro, y por debajo, de manera que la teta os tapaba toda la cara.
- ¿Fueron mis apostillas, mis interrupciones a su ponencia magistral, o quizá mis brazos alzándose hacia ella y mis rogativas de que nos devolviese a nuestro bebé? Algo sería; su mirada resbalando desdeñosa sobre mi persona tiró de la comisura de sus labios en una mueca que dejó escapar lo siguiente:
- _ Me temo que es usted una de esas abuelas, de las suplantadoras.
- _ Es que la niña tiene hambre._ Dije yo._ ¿No puede devolver la criatura a mi hija para que sobre la marcha y entrando en harina pueda usted seguir dándole los pertinentes consejos?
- Esto fue lo que la dije de manera educada, todo ello sin dejar de intentar coger a mi nieta por mis medios; pero la mujer era muy buena en ese tipo de placajes, tenía práctica, y te metía el codo en las costillas mientras alejaba al querubín en el aire como si fuera una pelota, y todo para seguir interponiéndose entre la niña, y cualquier pariente nervioso que le quisiese arrebatar al lactante antes de terminar su exposición; ¡maldita bruja! Una exposición que debía estar haciendo que a mi niétecita se le hiciera la boca agua y las tripas alambre, porque había que oírla a la pobre cómo se desgañitaba.
- Y ahí en aquel estado nos encontramos las tres generaciones: Mi hija, una desgraciada, de las que necesitan un manual hasta para tirar un pedo. Mi nieta, la desdichada, ahogada en llanto cuando lo que quería era refocilarse en la leche de su madre, y yo una infeliz que no podía hacer nada ante tamaña mujer, la cual al fin se apiadó ¡qué remedio! y entregó la niña a su madre quien inmediatamente se puso a darle el pecho. Entonces la desgraciada reía, porque ¡era verdad! Ya no le dolía, ya no agrietaba la niña sus pezones. Y mi amor de nietuchi con sus ansias de haber sentido tanta desdicha unos segundos antes no sabía muy bien si aquello, la teta, era la felicidad en sí, o si no habría otra cosa mayor y mejor en la vida.
- Yo por mi parte, solo espero, habiendo pasado ya tres años después de aquella experiencia que al alzar el vuelo juntas, esta vez, sea en lo venidero, todo prosperidad, y más placentero que compartir el mismo espacio con una diógenes que se empeña en vivir rodeada de camas, mesitas y sillas por si las moscas, y otra vez "toca retirada a la casa de mamá".
- Para la próxima entrada, y ahora , en cuanto esta tipa despeje, sin tener que hacer lavadoras, que me roben el tiempo etc, etc etc... Espero organizarme fantásticamente bien en torno a mis libros y escritos y sabré nutrir mi blog de manera más asidua.
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