Mas según Frailón el resto de los hermanos y hermanas, a medida que iban para mayores más se mofaban de muchas cosas suyas, y sobretodo a causa de la manera que la madre tenía de contarlas. Y cambió Frailuco, quizá por estas cosas, no ya de la noche a la mañana, si no que un buen día ni siquiera fue a comer, y al otro siguió rehuyendo el sentarse a la misma mesa que el resto de la familia. Por lo que su madre aún acabó por defenestrarle más. Y terminó acusándole de robar los chorizos y los huevos, y casi de quitarle las buenas viandas de la boca a sus hermanos, y de comérselas él a hurtadillas.
El muchacho rompió entonces a llorar con tamaña congoja_ ¡Pero si usted ni me deja tragar con gusto esta cucharada de garbanzos!_ Rosendo, el traidor, sacó entonces la lista donde tenía apuntados todos y cada uno de los enseres de la casa además de los víveres que se suponía tenía que haber en la despensa. Y la madre se lo volvió a echar en cara a Frailuco.
_ ¡Tú no estás gordo de tragar garbanzos si no de los buenos chorizos que te robas en la artesa!
Frailuco entonces montó en cólera y le metió una patada al perol. Sus hermanos le miraron asustados. Y el mismo sintió como los ojos se le llenaban de sangre hirviente, como si súbitamente estuviera viendo el mundo a través de una pantalla sanguinolenta. Y no agredió a su madre por un temor sagrado. Así que todos le vieron saliendo de aquella cocina y jurando no volver más a pisar la que ya no era su casa.
Huyendo a llorar su dolor al lugar más lejano le envolvieron los más negros pensamientos. Y debiendo cumplir su palabra ni volvió esa noche a dormir, ni apareció al día siguiente. Entonces la familia y los vecinos más cercanos organizaron su búsqueda y él les vio buscarle y llamarle a gritos como si creyeran que estaba perdido, cuando en realidad estaba escondido. Y escondiéndose de todos, de todos ellos, regresó él sólo a su casa. Y quiso entrar también a escondidas. Pero fue descubierto por su hermano el pequeño.
Todos parecieron más aliviados de verle. Y momentáneamente todos sintieron vergüenza. Lo comprendían muy bien. Todos entendieron el deseo de Frailuco de marcharse. Todos se sintieron un poco responsables.
Y sin embargo a ninguno antes se le había pasado por la cabeza que una persona jovial y alegre como Frailuco pudiera tomarse las chanzas en serio, o que fuera tan sensible, el que parecía tener tan dura la piel. a una reprimenda materna.
_ ¿Me burlo yo de alguien acaso?_ Había dicho una vez casi rompiendo en lágrimas y rojo a sarpullidos, como un madroño.
Pero al verle llorar aun se había reído más fuerte aquella horda que se llamaban hermanos. Disfrutaban viendo llorar al que era más fuerte que ellos, al que nunca tenía miedo de nada.
La noche en que Frailuco regresó derrotado a la casa donde se le maltrataba, después de haber jurado no volver jamás, donde se le descubrió queriendo entrar sin ser visto, ese día, cuando ya era tarde para el arrepentimiento Frailuco empezó la cuesta abajo de su descenso.
Nadie imaginó que el más hermoso, dejaría a partir de ese día, en que se había sentido tan débil y cobarde, de peinar sus greñas. Nadie pudo suponer que el más alto se quedaría el más canijo porque se limitó a cargar como una mula, ya que no tenían mejor animal de tiro. Nadie, a no ser la propia madre que le había traído al mundo pudo entender cómo el más bueno acabaría siendo el más tonto, ni que el más sano, el que nunca se enfermaba acabaría por enfermedad de más de una enfermedad crónica, de esas silentes, de las que no suelen dar síntomas, y de las que nunca se sale. Frailuco pospondría todos sus males para sufrirlos sólo cuando ya no le podiera servir a nadie, y sufrirlos él solo, en su vejez y en su soledad.
Tampoco por ninguna cabeza pasó, ni por la del maestro, ni por la del cura, ni por la del médico, que el que más había amado acabaría por sembrar un odio atroz, y que espantado de ese mismo odio sólo podría volcarlo contra si mismo.
A partir de entonces volviose malo de verdad; Pero jamás tan malo y rastrero como Rosendo. Rosendo era envidioso, rencoroso, vengativo hasta del bien que recibía, y su sangre heladora, aún más fría que el escalofriante pavor que le atería de arriba a abajo con sólo sentir cerca la presencia de su hermano mayor, se le clavaba en el alma en forma de carámbanos. Y un terror espeluznante por lo que Frailuco podía hacerle un día para tomar represalias por todo el mal causado a intención, a su persona, le invadía; como el haber vendido el potro de la jaca sin su permiso, o haber mandado al matadero a Cereza, la vieja vaca tudanca cuya leche era la preferida de Frailuco, aprovechando que él estaba en la feria.
Así que a medida que fueron creciendo tanto sus hermanos como sus hermanas se fueron marchando todos de la casa. No porque tuviesen más confianza en que les iría mejor lejos de allí, si no porque el miedo fue el acicate perfecto para expulsarles lejos. Cierto es que a aquel que se atrevía a hacerle una trastada no se libraba de oírle bramar y proferir aquella terrible amenaza: que le pisaría a Rosendo, la cabeza, en cuanto le pusiera la mano en cima.
La madre después de haber maldecido un día a su hijo el mayor a partir del día en que éste había decidido hacer justo lo contrario de lo que ella hubiese deseado, parecía haber acertado en todos sus pronósticos. De manera que una noche que Frailón, ahora le llamaba Frailón por lo bajines, se había ido a la cama, azuzó a su hijo segundo sacando provecho de aquella rivalidad en vez de amansar fuerzas y convencerlos a los dos de trabajar como cuando eran más jóvenes y vivía su padre, en pos del bien común.
_ Enfréntate tú. Ya ves como se puso con lo de la Cereza. Ahora nos dan un buen dinero por esas diez ovejas que trajo de la feria aquel aciago día en que si te pilla te mata. Acuérdate.
_ Ya me acuerdo madre. Ya me acuerdo. Pero a correr ese mal hijo suyo no me gana.
_ Que tiene que hacerse siempre lo que el quiere... Ahora dice que va a hacer queso. Todo lo hace él. Todo menos lo que le digo. Mañana por la mañana, antes de que se levante, esas ovejas, no las quiero ver en el prao. Antes prefiero que se despeñen. Mira lo que te digo. Lo que hay que hacer es bajarle los humos ya que su dios no le castiga. ¡Mal hijo! ¡Que antes le hubiese echado en sangre que haberle parido para estos disgustos que me da!
Tampoco le importaba a la paridora_ el nombre de madre le quedaba grande_ no le importaba demasiado de Rosendo, a quien más de un zurriagazo le había dado con la cincha, cuando a este le daba por atormentar al hijo pequeño.
No era tonto Rosendo y conocía de cerca las artimañas de una madre de quien tampoco sentía recibir demasiado cariño. Lo que ella mandaba y Frailón no hacía lo tenía que hacer él. Y no era Frailón, de quien sabía que estaba condenado a morir en el mayor atraso en aquel hoyo del más remoto pueblo de Cantabria, de quien sabía que ni siquiera se atrevería a hablarle a una moza, ni una moza le hablaría a él. No era Frailón por quien le carcomían los celos. Una vez Frailón fuera de juego, el odio que albergaba Rosendo iba hacia El Gelito, el más guapo, dulce, suave y rubio de los hermanos.
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