Es natural que nadie quiera sentirse menos que nadie. Pero quizá en la sociedad de la abundancia habría que replantearse este sentimiento. Hay quien da mucho sólo porque sabe recibir. Pensemos en un bebé, y en la felicidad que nos trasmite siendo como es completamente dependiente. ¿Acaso un bebé despreciaría un regalo? ¿Acaso no se muestra insuperablemente contento por cada muestra de atención hacia él? ¿E incluso no nos pide cada vez más?
Yo me siento así. Me siento como la niña de todas las maravillosas amigas que la vida me ha puesto en el camino, como la niña que intenta sacar el mejor provecho y hacer de esa ayuda o regalo recibido, previamente dado con toda muestra de cariño y respeto, una verdadera ayuda, lo que me ayuda a superar todo obstáculo y a aprender más cada día.
Muchas veces cuando despreciamos un regalo despreciamos a aquel que nos lo da, y no nos damos cuenta.
Saber recibir es importante. Ya dijo Cristo que había más felicidad en dar que en recibir. Quizá porque se había dado cuenta de que cuanto más humilde se siente uno mayor necesidad tiene de dar. Aún cuando a veces hay quien da con arrogancia, y quien da buscando cierta complicidad en el otro, y quien da con condiciones no apliquemos el mismo rasero a todos los dadivosos del mundo. ¿Porqué privar a las personas que más queremos de la felicidad de darnos, o querernos ayudar en un momento dado? Cuando ambos gestos, DAR y RECIBIR deberían ser recíprocos y albergar, eso espero, el mismo grado de felicidad.
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