La alameda era aquel lugar dulce, perfecto para sumergirse al mediodía las tardes de mayo, y buscar un claro de suave y mullida hierva nada más liberarse los pasos a la salida de la escuela corriendo a descubrir ansiosa que alguien había retirado por fin las barreras que el ayuntamiento mandaba poner durante el invierno y buena parte de los meses de marzo y abril. Puesto que se cerraba el paso a esa especie de paraíso, quizá por evitar caídas a causa de los charcos que se formaban en la temporada de lluvias. El caso es que el césped se recuperaba de tal forma que recuerdo que el día en que se abría, y antes de que empezaran a segar, a mí me llegaba el pasto por la cadera como una marea de verde esplendor. Y no eran hierbajos salpicándote gramíneas a la cara, era hierva tierna, jugosa, verde. Creo que ningún parque infantil podrá jamás hacer la felicidad de nuestros niños, al nivel de la vuluptuosidad que yo experimentaba s...
Opinión mucha. Literatura poca. Opinar es a veces poner mal rollo. Con la literatura intento resarcirme de la lucha que supone cada día el uso de la palabra en este país. Perdonadme mis comentarios si son hirientes. Los cuentos, las novelas incompletas, las poesías. salen de un banco, de un arcón lleno, de muchos años, y de mi ilusión por emocionar y emocionarme, cualidad que intento cuidar cada día